Por: Sara Arenas (La tercera.cl)
"¿Hay alguien ahí?" Frase de quienes en Concepción buscaban cuerpos y sobrevivientes entre los escombro de un edificio, situación que conmueve y que uno a la distancia trata de extender los brazos y entregar tus propias fuerzas a quienes cumplen dicha labor.
Por otra parte, el contraste, el doloroso contraste, de un país invitado a la elite de los países desarrollados y que hoy se enfrenta por los avatares de la naturaleza, esta que abruptamente abre las heridas de una sociedad que maquilla sus dolores. Porque en Chile la pobreza ha estado ahí y de golpe se hace dolorosamente evidente. Hoy vemos como un país con desigualdad enquistada se fractura en una explosión social, donde turbas saquean farmacias, municipio, bomberos, casas de vecinos, etc. Todo nos muestra una postal de un Chile azotado por una triple tragedia: terremoto, maremoto y violencia social.
Se escucha el clamor de las regiones que reclaman que nada de lo que pasa en provincia interesa en Santiago, pues no se entiende y ni comprende la magnitud de lo sucedido. Esta falta de empatía generó respuestas tardías que encendieron los ánimos y ha provocado muertes. Hoy el caos de una sociedad fracturada genera que vecinos confundan a vecinos con delincuentes, se anuncien turbas descontroladas que vienen a tomarse la justicia por sus manos, donde supuestamente los sectores más pobres se cobran su pobreza con los sectores más acomodados. Junto al pánico y la confusión afloran antiguos temores de latifundio, comprensible, pero doloroso.
Hoy escuchamos como los funcionarios de hospitales y bomberos se van a cuidar a sus familias, pues no hay nada que hacer en sus puestos de trabajos. Se ha pasado del shock a la desesperación y la desesperanza.
Todo esto contrastado con la realidad de un país autorreferente en el barrio sudamericano, que hace menos de dos meses fue invitado formalmente la a pertenecer a la OCDE, convirtiéndose en uno de los primeros países de América del Sur en adherirse a esta organización, reflejando con esto la supuesta solidez de un país democrático política y económicamente fuerte. Todo queda en evidente tela de juicio, aunque somos varios los chilenos que dudábamos de tanto desarrollo.
La naturaleza ha hecho sangrar al continente de norte a sur, no hay diferencias, de la economía más débil a la más fuerte, de Haití a Chile no estamos preparados. Además hay otros dolores. Estamos en una sociedad en el que se confunde a los demás seres humanos con peldaños, en el que la única manera de surgir en la vida, es pisotear al del lado, el triunfo y el éxito son premiados y aplaudidos desde las tribunas, no importa como se llega a ser tan exitoso solo importa el resultado “el fin justifica los medios”, esto según mi parecer explica aquel vandalismo y pillaje que nos parece incomprensible. Pues aquella solidaridad que siempre ufanamos como parte de nuestra esencia nacional es posible bajo operativos de publicidad máxima. ¿Cómo no podemos ser solidarios con aquellos que salvaron la vida? y ¿Por qué además de salvar su vidas tienen que defender lo nada que les queda? Algo pasa en el Chile profundo.
Por otra parte, lamentable la respuesta de las autoridades salientes y entrantes, continúan las peleas de protagonismos inadecuados, unos alarman y otros desentienden, ambos de manera irresponsables, pues quienes se van y quienes llegan deberían estar completamente unidos trabajando desde el primer momento, pues de esto no se puede sacar ninguna ganancias políticas, ¿Dónde están todos los senadores y diputados que enarbolaban encendidas declaraciones en la campañas? Los queremos trabajando. Yo ya no quiero escuchar decir al nuevo presidente que “el terremoto no estaba dentro de mi programa de gobierno”, me parece inaceptable ¿Quién va a tener un terremoto en un programa de gobierno?, claro que no… Pero se debe tener conciencia que somos el país más sísmico del mundo, por lo mismo debemos estar preparados para esta y otras emergencias, especialmente si se es autoridad.
Desde la distancia somos muchos chilenos que aun no sabemos qué pasa con nuestras familias y amigos, tratamos de asociarnos a redes sociales de iglesias, radios, internet, etc. para que alguien nos diga algo. Los muertos son más de los anunciados y lo sabemos y cada hora es una espera angustiosa.
Por otra parte, el contraste, el doloroso contraste, de un país invitado a la elite de los países desarrollados y que hoy se enfrenta por los avatares de la naturaleza, esta que abruptamente abre las heridas de una sociedad que maquilla sus dolores. Porque en Chile la pobreza ha estado ahí y de golpe se hace dolorosamente evidente. Hoy vemos como un país con desigualdad enquistada se fractura en una explosión social, donde turbas saquean farmacias, municipio, bomberos, casas de vecinos, etc. Todo nos muestra una postal de un Chile azotado por una triple tragedia: terremoto, maremoto y violencia social.
Se escucha el clamor de las regiones que reclaman que nada de lo que pasa en provincia interesa en Santiago, pues no se entiende y ni comprende la magnitud de lo sucedido. Esta falta de empatía generó respuestas tardías que encendieron los ánimos y ha provocado muertes. Hoy el caos de una sociedad fracturada genera que vecinos confundan a vecinos con delincuentes, se anuncien turbas descontroladas que vienen a tomarse la justicia por sus manos, donde supuestamente los sectores más pobres se cobran su pobreza con los sectores más acomodados. Junto al pánico y la confusión afloran antiguos temores de latifundio, comprensible, pero doloroso.
Hoy escuchamos como los funcionarios de hospitales y bomberos se van a cuidar a sus familias, pues no hay nada que hacer en sus puestos de trabajos. Se ha pasado del shock a la desesperación y la desesperanza.
Todo esto contrastado con la realidad de un país autorreferente en el barrio sudamericano, que hace menos de dos meses fue invitado formalmente la a pertenecer a la OCDE, convirtiéndose en uno de los primeros países de América del Sur en adherirse a esta organización, reflejando con esto la supuesta solidez de un país democrático política y económicamente fuerte. Todo queda en evidente tela de juicio, aunque somos varios los chilenos que dudábamos de tanto desarrollo.
La naturaleza ha hecho sangrar al continente de norte a sur, no hay diferencias, de la economía más débil a la más fuerte, de Haití a Chile no estamos preparados. Además hay otros dolores. Estamos en una sociedad en el que se confunde a los demás seres humanos con peldaños, en el que la única manera de surgir en la vida, es pisotear al del lado, el triunfo y el éxito son premiados y aplaudidos desde las tribunas, no importa como se llega a ser tan exitoso solo importa el resultado “el fin justifica los medios”, esto según mi parecer explica aquel vandalismo y pillaje que nos parece incomprensible. Pues aquella solidaridad que siempre ufanamos como parte de nuestra esencia nacional es posible bajo operativos de publicidad máxima. ¿Cómo no podemos ser solidarios con aquellos que salvaron la vida? y ¿Por qué además de salvar su vidas tienen que defender lo nada que les queda? Algo pasa en el Chile profundo.
Por otra parte, lamentable la respuesta de las autoridades salientes y entrantes, continúan las peleas de protagonismos inadecuados, unos alarman y otros desentienden, ambos de manera irresponsables, pues quienes se van y quienes llegan deberían estar completamente unidos trabajando desde el primer momento, pues de esto no se puede sacar ninguna ganancias políticas, ¿Dónde están todos los senadores y diputados que enarbolaban encendidas declaraciones en la campañas? Los queremos trabajando. Yo ya no quiero escuchar decir al nuevo presidente que “el terremoto no estaba dentro de mi programa de gobierno”, me parece inaceptable ¿Quién va a tener un terremoto en un programa de gobierno?, claro que no… Pero se debe tener conciencia que somos el país más sísmico del mundo, por lo mismo debemos estar preparados para esta y otras emergencias, especialmente si se es autoridad.
Desde la distancia somos muchos chilenos que aun no sabemos qué pasa con nuestras familias y amigos, tratamos de asociarnos a redes sociales de iglesias, radios, internet, etc. para que alguien nos diga algo. Los muertos son más de los anunciados y lo sabemos y cada hora es una espera angustiosa.