viernes, julio 28, 2006

El Navegante

Puedo pregonar por mí mismo este canto en tiempos de zozobra, la amarga verdad de mi travesía; como mi cuerpo, en ásperos días, a menudo resistió sufrimientos y penalidades.

Sombrías inquietudes se agolparon en mi pecho. Refugiado en mi nave carcomida por el estío, pugné por sortear el abrumador tumulto de las olas.

En la estrecha proa del barco monté guardia muchas noches, vigilando las embestidas contra los acantilados. Entumecidos por la escarcha estaban mis pies, como atados a heladas cadenas; ardientes sueños turbaron mi corazón; el hambre doblegaba mi ánimo.

El hombre de tierra firme, mezquino y complaciente, ignora los pesares que he soportado en éste, mi largo exilio en las gélidas aguas del mar, lejos de las regiones donde alumbra el sol, sumido en el desamparo, cuando toda la riqueza del mundo se vuelve desperdicio,resistiendo el invierno, como un miserable vagabundo privado de sus compañeros.

El granizo caía con sus afiladas astillas de hielo mientras mis oídos eran asaltados por el borrascoso clamor del mar, por el glacial alboroto de las olas.Las heridas más profundas de mi corazón dolían por mis perdidos hermanos.Pues risas humanas ya no escuchaba; sólo el estridentealarido de los cisnes o el fatídico gorjeo de gaviotas y alcatraces.

La tormenta, azotando el barco contra los riscos de piedra, invadía la popa; a menudo las águilas ululaban amenazantes, con sus plumas congeladas, cubiertas de rocío.

Ningún protectorpuede brindar consuelo a un hombre desolado.

A quienes hacen de su vida un festín,esperando del destino tan sólo abultadas ganancias, sumidos en la opulencia y en el vino, poco les importan mis fatigas, mi larga vigilia resistiendo la desbordante cólera del mar.

Cercado por las duras tinieblas de la noche, cuando la tormenta rompía desde el norte y mi barca luchaba por esquivar las altas corrientes que atravesaban las aguas,todo de pronto cubrióse de granizo:la más fría de las mieses. Entonces sollocé como un desdichado forastero, con el corazón desgarrado, anhelando un sendero lejos de aquí,libre de las aflicciones de la soledad y del silencio.

No hay orgullo de príncipe sobre sus dominios que pueda equipararse al mío,nadie como yo para añorar los bienes dispensados por la juventud, que aún perdido el valor y la fe en el Rey, cargo con mis penas por el mar a merced de la voluntad del Señor.

Corazón para el arpa ya no tengo; las riquezas de nada me sirven; soy un hombre que ha perdido todo deseo hacia las mujeres y hacia los placeres de esta vida.

Atribulado despierto cada día antes del amanecer junto a las olas que embisten mi navíoy lo precipitan por estas recónditas sendas de sal.
Los bosques se cubren de flores; la belleza se apodera de los frutos; resplandecen los campos; la tierra se renueva.

Mi alma, henchida de nostalgia,dispone ansias y afanes hacia remotos confines, a través de los pletóricos caminos del mar.

Fúnebres melodías entona el cuclillo;amargo guardián del verano, presagios y lamentos acumula en el pecho.

El hombre ávido de fortuna desconoce la secreta vocación de aquellos que padecen navegando sin rumbo fijo, entre estelas de espuma,lejos de su patria.

Ahora la fría caverna del corazón se va desmoronando en medio de este torrente, golpeada por grandes olas. El exangüe rostro de un pájaro se obstina en la proa al declinar el día; sus quejidos convergen vastos y abrumadores mientras las ballenas trazan blancas estelas sobre las rutas marinas.

Vislumbro los designios divinosque prolongan mi destierro y mis tormentos.

Mi Señor, como un temible centinela, me entrega a esta vida de muerte; de paso estoy en el reino de este mundo. No hay goce terrenalque sea eterno; tres cosas hay que siempre amenazan la paz del hombrederribando su espíritu antes del fin:la enfermedad, la vejez o el sabor de la venganza,cuando dejan sentir sus latidos en cada cuerporesignado a su suerte.

Aún así los grandes señores gustan del elogio de cuantos los rodean; leas de la vida, fraguadas ante la enemistad y el rencor de Satanás: hazañas y proezas.

Que los oradores respeten el sagrado nombre de los valientes cuyas vidas se prolongaron en duraderos estallidos; que los ángeles les rindan sus honores por siempre y para siempre. Deleite de hombres bravíos: para ellos el poder y la alabanza.

¡Oh, cuán efímeros se toman mis días!

La arrogancia y el orgulloirrumpen sin reyes ni césares.Ya no quedan maestros generosos como los de antaño, esos que idearon las primeras hazañas del mundo, gloriosos en sus vidas, renombrados en las canciones. Quienes han blandido el escudo del honor y el señorío se alejan; el fervoroso esplendor de las viejas espadas de a poco se mustia.

¡Dolorosa ventura! Débiles y pusilánimes ahora nos gobiernan, al amparo de la luz agonizante de las dilaciones y la cobardía. ¡Cuánta añoranza en la nobleza perdida: espíritus ardientes, pensamientos poderosos!

Él lo sabe y se lamenta: conoce a sus compañeros perdidos, hombres fuertes y leales devorados por las mareas, conducidos oscuramente por las mismas olas hacia el umbrío páramo que se extiende en el fondo del océano.

Cada vez que la vida cede, el cartílago afloja;asalta la edad y los rostros se ajan:entonces ya no habrá congojas ni deleites para el cuerpo.

Mañana volverá al silencio;los miembros estarán crispados, en eterna rigidez:carne yerta, despojada de vida,incapaz de saborear lo dulce o de sentir el roce de la pena.

Un hombre puede sepultar a sus hermanos muertos cubriendo sus tumbas con todo el oro que les perteneció; sus cuerpos enterrados serán así el más preciado de sus tesoros.Pero el oro que acumularon en este mundo no podrá aliviar la ira de Dios ante sus almas cargadas de culpas, que en poco tuvieron los favores del cielo.

Caro es el precio de la vida.De nada sirve jactarse de la fama o la abundancia. No hay dádivas que sean capaces de sobornar los inescrutables designios de Dios.

El sabio y el necio perecen por igual.Sus tumbas serán sus moradas para siempre aunque nombre a su tierra hayan puesto.

Por eso bienaventurados los humildes, aquellos que al cielo temeny ponen sus almas a disposición del Señor.

El pesar desgarra sus ojos:entre despojos recuerda a sus mayores, sus compañeros caídos, en la hora postrera, pasto de gusanos, heridos por el destino, estremecidos por las garras de la muerte.
Al Almirante Nova...
Denisse

domingo, julio 09, 2006

A mi vieja


Cuerpo empalidecido, labios secos ¿importa el dolor que padesco? sus manos, sus pies detenidos, combatientes; niña bella, sollozos funebres, marcha negra, muerta inspiracion, arrugada y espiritual ¿sientes el frio? el lenguaje del silencio, un vuelo hacia la paz.


Fuiste de rama en rama, memorias que florecieron al recoger tus alas. A de volver el dia y una herida quimera me hara dulcemente una tierna niña, para volver a refugiarme en tu sonrisa, aplicar el callar de tu regazo por todo mi cuerpo ¿se podra engañar a la vida? se apaga el mundo y tu viaje comienza, declaraste la despedida junto a una ultima mirada, suspiro desvordante, que aloja mi memoria. Pudimos rodear tu aposento de llanto, mas tu sabes que aquel martirio no ofuscaba el reencuentro de el amor profundo, aquella pasion que a todos nos consume, tiene a ensender el corazon del mundo, profundo afan que restaura la tristeza y la soledad.


La tunica que limpiaba tu piel retorcida, seguia el ritmo de pasos melancolicos, pues Dios clamo su mandato he hizo de nosotros sencillos servidores, apagados en la bruma que conduce al cielo.
Fui testigo del relampaguear de tu seno y recuerdo el cantar de mi dulce voz librando la batalla entre la vida y la muerte, trasporte el subito lecho que te albergaba hacie el supremo refugio de la luz eterna, el paraiso de leche y miel, persiguiendo aquel rostro ajeno a nuestra imaginacion, escencia brutal que muerde las cienes del hombre, carga de ensueños, pagina blanca, vencida por la libertad de la fe.


Corri a tu encuentro dormida, quise alcanzar tu manos, mas no dejaste de admirar mi ternura, solo contemplaste mi deseo angustioso de violar toda regla y seguir la luz que conduce a la gloria. Tus ropas bordadas de recuerdos, destacando el parir de tus hijos, olos de mañanas trabajadas, fuente de un hogar, una familia, abrigo encadenando a tu regazo. la blancura de tus cabellos empapaban las noches de delirios en incierta alegria, lejano sentiemiento que arrancaste de mi alma y posaste en mi ser. El brillo de tus ojos no se comparaba con nada, mirarlos era entrar en el jubilo de la paz, la belleza de un todo.


Cuanta falta me haces vieja mia, que en cada lagrima derramada cuento una historia, miré en ellas el sufrimiento y la alegria, dulces años que aprecio en mi memoria. Cuanta falta me haces vieja mia, que en cada sonrisa albergo tu ironia, ese modo de encender el alba, devolver una dormida ilusion, acoplar la amargura desecha por el tiempo.


¿Es a caso que no me oyes? escribo a tu memoria, a tu paso por la vida, suspendiendo el vuelo inquietante que temias, no logro comprender el porque, no puedo apartar las horas y pretender que aun estas, no consigo conformarme con tu recuerdo, mas trato de sonreir al sentir que este amor aun no ha muerto.

a mi querida vieja...

Denisse*

sábado, julio 08, 2006

Sigiloso fue...


Humo que se esparse y desvanece entre mis pensamientos, sonidos despanpanantes, hojas secas entre los arboles, que me recuerdan a tu piel, aislada, redeada de amapolas que sellan la espuma resplandeciente de la calida guerra que hemos de encomendar tus largos brazos y mis abatidos besos, que sin medida piden asilo a la ausencia condenada y cruel de tu dormir.


La palidez de tus ojos y la inmencidad de tu pecho, penetra el destinado muro que frente al vacio de tu lengua humeda, he de saborear, frecuentando como enemigo de mis lagrimas el dulce eco de tu palpitar.


Ladron desesperado, apretando tembloroso la pasion de mis sueños, abatido de melancolia y extrema espera, callada tu voz por el sigiloso y frio huir de tus manos, que ansiosas buscan la penumbra de mi piel, acostado sobre mi espalda, tus cabellos, la sombra ejercida de aquella tenue luz que recorre el señil verso que hemos formado en un sitio gris y callado, testigo de despedidas y gastadas promesas de amor, que hoy vanas suplican la muerte de aquellas noches en mi memoria.


Porque el mar de dos cuerpos, costumbres de sudor y noches desmedidas, se hunde en lo mas profundo del olvido y acudiendo a tu boca llamo a gritos desesperados el consuelo infinito de tu nombre y el silencio que pronuncio en el...



Denisse *